La selectiva indignación del feminismo colombiano ante el asesinato de mujeres

El 16 de mayo de 2020 los medios periodísticos colombianos hacen pública una noticia lamentable. Hallan en el rio Cauca el cuerpo de la joven Daniela Quiñonez Pimienta de 23 años quien se encontraba desaparecida por más de 48 horas antes de que las autoridades municipales la encontraran sin vida.

Como era de esperarse, las principales activistas del feminismo colombiano tomaron la vocería del suceso y condenaron el terrible hecho bajo el mismo discurso de siempre: “vivimos en una sociedad machista cuyo principal objetivo es asesinar mujeres”, seguido, obviamente, por los hashtags #niunamas y #niunamenos porque al parecer, de nada vale hacer activismo feminista si no se hace parte de una tendencia que esté de moda.

Lastimosamente, los asesinatos en Colombia son el pan de cada día y paralela a la noticia de Daniela Quiñonez, los medios nos informaron sobre otro vil homicidio. Una niña de 16 años fue secuestrada por el ELN quien la obligó a instalar una mina antipersonal que posteriormente le estalló en sus manos ocasionándole la muerte.

Uno esperaría que el feminismo acomodado que se alimenta de generar tendencias en redes sociales y que se ha apersonado de la lucha de los derechos de las mujeres, reprocharía con el mismo fervor ambos asesinatos. Pero, lastimosamente, cuando un activismo decide rendirle pleitesía a una ideología política más que a la defensa de las víctimas que dice proteger, instaura un tipo de jerarquía donde existen víctimas de primera y segunda categoría, en donde las mujeres asesinadas por una guerrilla, disidencia o cualquier grupo afín a la izquierda, pasan a ser parte de las noticias olvidadas. Sobre la muerte de la niña a manos del ELN el feminismo colombiano prefierió guardar silencio y lo echó en el saco de las muertes de segunda categoría.

Para que tengamos una visión del campo que, deliberadamente la ideología hegemónica del feminismo colombiano pretende ocultar, es conveniente que analicemos un informe llevado a cabo por la confederación “Oxfam International” publicado en 2017, el cual recopiló información de mujeres pertenecientes a 142 municipios en 29 departamentos del país. La investigación arrojó que, entre 2010 y 2015, 875.437 mujeres fueron víctimas de violencia sexual en el marco del conflicto armado, donde, una vez identificados y determinados los diferentes actores perpetradores, se pudo establecer que, con respecto a los delitos de acoso sexual y violación, las distintas guerrillas han perpetrado el 79% y 80% respectivamente.

No obstante, el feminismo selectivo al que se le ha entregado las riendas de la defensa de la mujer en este país, parece no estar interesado en protestar por estos hechos y mucho menos condenar a los autores. Éstas victimas resultan incomodas y no soportan el discurso que principalmente busca este movimiento: votos y asignación del erario (no por nada el 31 de mayo de 2020 la Secretaría de la Mujer del distrito de Bogotá obtuvo un presupuesto por $414.685 millones de pesos para los próximos cuatro años),

Dicho esto, vemos cómo el feminismo demagogo colombiano, lejos de ser un movimiento desinteresado en búsqueda de la protección de la dignidad de la mujer, se ha instaurado como una ideología que responde únicamente a intereses de carácter político. La tarea de quienes no compartimos esta visión unipartidista del feminismo selectivo, es dejar claro que no se necesita de un colectivo para reivindicar a las víctimas y que éstas, importan todas por igual. No le dejemos la vocería a un movimiento que, intencionalmente, decidió guardar silencio e ignoró el asesinato de una niña.

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